jueves, 24 de enero de 2019

Capítulo 7. Manuel de Pensamiento Creativo

- Nunca mi vida había dependido tanto de una batalla creativa- pensó Agnes para sus adentros.
Años habían pasado, pequeñas batallas con nombres, campañas publicitarias, carteles; todo lo que habría tenido que enfrentar en los últimos años no se comparaban con lo que ahora estaba entre sus manos.

Cualquier otra batalla había comenzado por motivos efímeros, lograr una calificación, participar en algún concurso, hacer un trabajo para alguna empresa, un apoyo pro bono para que alguien destacara. No es que esas batallas no fueran importantes, tan sólo era que las consecuencias de fracasos en dichas tareas no implicaban tantas pérdidas. Pero ahora Agnes sostenía en la fuerza de sus dedos que presionan las teclas el futuro de sus palabras.

Un documento era la clave, de una sucesión de aproximadamente 600 palabras dependía su posibilidad de seguir escribiendo para una causa más grande: salvar el mundo. Ahora no era una receta, o una batalla, era algo aún más terrible e imposible: Una sinfonía de palabras.

Una canción escrita con la que otros pudieran entonar. Nunca jamás Agnes tuvo que plasmar con tanta precisión lo que ella es en documento. Pintar un autoretrato con palabras. Pero no era suficiente, reflejarse en su prosa, debía de mostrar su valía, debía lograr que aquellos que entonaran la canción de su vida no sólo le creyeran, además que en ella creyeran. Lograr que crean en ti, más que en otros.
- ¿Cómo logras eso?- Como saben, Agnes nunca está sola, la batalla no era sólo por lograr la sinfonía, sino por refutar las estocadas de Senga.

Senga había recurrido a una antigua estrategia, distraer a Agnes. Agnes sabía lo que debía de hacer, pero Senga la secuestraba en su pensamiento: hay algo más que hacer.

Es sólo cuando Agnes se ha dado cuenta de que siempre hay algo más que hacer, que ha detenido todo y se ha puesto a componer.
- ¿Cómo los puedo convencer a ellos si no me puedo convencer a mi?- dijo Senga apropiandose de los labios de Agnes.
Las palabras de Senga eran el ruido de un taladro, ¿quién podría componer párrafos con semejante tormento?